Las críticas majaderas del Presidente a la prensa, que son el punto más bajo de todas sus intervenciones públicas, fueron también la mancha en esta ocasión. Y cada vez que aparecen me recuerdan otra cosa: que al Presidente le enfurece que alguien le recuerde su propia inconsistencia, la cual él exige comprender como un “cambio de opinión nacido de una profunda reflexión”, y no como cualquier otra cosa
Escuché completo el discurso en Enade del Presidente Gabriel Boric. Me pareció una intervención madura, contundente y ambiciosa, carente casi por completo de gustitos retóricos y bastante exhaustiva. Habló como en una cuenta pública, y tal como en las cuentas públicas, logró ser persuasivo. No es coincidencia que luego de este tipo de apariciones suba en las encuestas.
Todo el discurso vino desde un muy razonable lugar político. Reivindicó la mesura, la autocrítica, la capacidad reflexiva, el espíritu emprendedor, la curiosidad, la integración social, la unidad nacional, el crecimiento económico y la tradición institucional chilena. E hizo votos por combatir el crimen, aumentar la productividad, destrabar la burocracia, mejorar los servicios públicos, integrar los barrios y expandir la inversión y el empleo formal.
Me parecería notable que esto que vimos fuera genuinamente el nuevo tono, discurso y orientación práctica del Presidente Boric. También me encantaría creer que refleja las conclusiones ideológicas maduras de su coalición de gobierno. Sin embargo, cuando examino racionalmente ambas ilusiones me veo obligado a descreer de ellas.
Las críticas majaderas del Presidente a la prensa, que son el punto más bajo de todas sus intervenciones públicas, fueron también la mancha en esta ocasión. Y cada vez que aparecen me recuerdan otra cosa: que al Presidente le enfurece que alguien le recuerde su propia inconsistencia, la cual él exige comprender como un “cambio de opinión nacido de una profunda reflexión”, y no como cualquier otra cosa.
Y el caso es, todos lo sabemos y por eso le enoja, que su nuevo personaje no dio sus primeros pasos gracias a una manzana que le cayera desde un árbol una bucólica tarde de verano, sino debido a la derrota brutal y total del asalto al poder desde la izquierda orquestado en la Convención Constitucional, que él apoyó punto por punto y que Giorgio Jackson declaró como la madre de todas las batallas para este gobierno.
¿Se puede confiar en alguien que apoya una refundación voluntarista y facciosa del país y, fracasado en ello, reaparece luego todo diálogo y conciliaciones? E incluso si uno confiara en él, ¿se podría decir lo mismo de sus aliados y su base militante? ¿Representa el discurso en la Enade del Presidente Boric a su propia coalición política? ¿Esas son las conclusiones de Winter, de Vallejo, de Cariola, de Ibáñez, de Carmona? ¿La cúpula del PC que viajó esta semana en apariencia a rendirle pleitesía a la dictadura cubana, lo hizo contrabandeando a la isla estas buenas nuevas? ¿Los intelectuales orgánicos del frenteamplismo que dominan la mayor parte de las facultades de gobierno, humanidades y ciencias sociales, y que estuvieron meses trabajando sin descanso por el “apruebo”, giraron también? ¿Y de ser así, dónde y con qué argumentos justificaron ese giro? ¿Dónde está el nuevo relato y el nuevo programa del PC y el Frente Amplio?
¿Es de esperar, al menos, que el total de la coalición gobernante comience a apoyar la agenda de seguridad, o el gobierno tendrá que seguir aprobando gracias a los votos de derecha leyes ayer propuestas por Piñera y rechazadas por el mismo Frente Amplio + PC?
El Presidente Boric se preguntó en la Enade por el origen de la desconfianza, que él atribuye muchas veces a la “distorsión” de los medios de comunicación y a la idea de que no le dan a él y a su gobierno suficiente espacio para explicar lo mucho que han cambiado y todas sus nuevas buenas intenciones. Pero no está ahí el problema, creo yo. Lo que pasa es que resulta inverosímil, y lo seguirá siendo por mucho tiempo más, que un lote político vaya por todo, por todo todo, fracase, y luego sufra una epifanía que lo haga renegar, sin justificación clara alguna, de todo lo que ayer intentaron imponernos como verdaderos fanáticos (que en esos cercanos tiempos vaya que tenían espacio en política).
Si Pablo de Tarso se hubiera declarado cristiano después de la destrucción del templo de Jerusalén por los romanos y la imposición del impuesto especial a los judíos por parte del Imperio, su epifanía habría resultado altamente dudosa para todo el mundo -incluyendo los cristianos- por bastante tiempo después de proclamada. El Presidente Boric y la coalición que supuestamente representa tendrán que cargar, razonablemente, con una sospecha equivalente, hasta que el tiempo y sus actos los validen, o no lo hagan.